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TRAUMATERAPIA

NOS PREOCUPA SI NUESTROS HIJOS SON AGREDIDOS, PERO TAMBIEN TIENE QUE PREOCUPARNOS SI AGREDEN.

Publicado: 07 de mayo de 2021, 19:04
  1. INFANTO-JUVENIL
NOS PREOCUPA SI  NUESTROS HIJOS SON AGREDIDOS, PERO TAMBIEN TIENE QUE PREOCUPARNOS SI AGREDEN.

En la revista digital para profesionales de la enseñanza Temas para la Educación, 2009, Inmaculada Cuberos Casado, en el estupendo artículo  “El bullying, la perspectiva del agresor” enfoca la situación desde ambas vertientes, víctima y agresor, del cual se extrae parte.

Para prevenir y atajar el tema del bullying en los centros escolares debemos comenzar por concienciarnos de que se trata de un problema que afecta a todos y que no solo se da en centros marginales. El profesorado junto con los padres y madres deberían dejar atrás algunos mitos que hacen pensar que el bullying es un fenómeno puntual y que todo lo que vemos en TV es algo normal entre escolares o que se trata solo de bromas entre críos. El cometido en los Centros Escolares como orientadores o como profesorado va más allá de la elaboración del Plan de Convivencia en nuestro centro. Lo realmente importante y complicado al mismo tiempo, es llevarlo a la práctica diaria y actuar a modo de prevención primaria. Ello implica estar alerta de algunas señales que pueden servirnos como indicadoras de maltrato y que a veces pasan desapercibidas porque no podemos imaginarnos que en “nuestro IES” o “nuestros/as alumnos/as” puedan llegar a cometer actos tan alarmantes. Es frecuente también que el profesorado o las familias sean las últimas en enterarse por la vergüenza o el miedo a las represalias, por lo que sería importante que todo el equipo docente, directivo y demás personal del centro recibiera una formación al respecto.

A continuación se describen algunas señales que actúan a modo de indicios de que algo puede estar ocurriendo. Si como profesorado o familia denotas alguno de ellos, actúa y no esperes hasta que el asunto se arregle sólo, porque no será así.

 - Cambios de humor (tristeza, llanto, irritabilidad) - Problemas de sueño, especialmente pesadillas. - Poco apetito. - Dolores somáticos (cabeza, estómago). - Pérdidas o deterioros en las pertenencias personales o escolares (gafas, mochila, estuche, pantalones rotos). - Golpes, rasguños o hematomas. - Se niega o protesta por ir al colegio, cosa que antes no hacía. - Abucheos en clase aunque parezcan irrelevantes. - Escasas relaciones con los compañeros. - Variaciones del rendimiento escolar. - Accesos de rabia extraños.

La víctima es la persona peor parada en una situación de bullying, de eso no hay duda. Sobre ella se han hecho numerosas investigaciones, estudios comparativos e incluso se han diseñado programas de intervención generales basándose en perfiles comunes. Por ese motivo me gustaría reflexionar también en la persona que se encuentra en el otro extremo, ya que sobre ella encontramos menos estudios homologados. Realmente ¿Qué ocurre con el agresor? ¿Por qué se comporta de esa manera? ¿Cómo se siente? Un chico o chica adolescente que se dedica a agredir a sus compañeros/as lo hace por algún motivo, ya que a nadie le gusta portarse mal porque sí, ser castigado/a o incluso expulsado de un centro en el que están sus “colegas”. La adolescencia es una etapa en la que las personas han adquirido o están en el proceso de adquirir unos valores. Ya no son infantes que no saben lo que está bien o mal o que actúan para comprobar la reacción de los mayores. No, los adolescentes saben como mínimo, si lo que hacen va a ser aceptado, está bien o por el contrario su conducta es inadecuada.

Los lamentables escenarios de violencia en las aulas en los últimos años han motivado a los investigadores a indagar sus causas. La investigación internacional, que se ha centrado especialmente en Europa y Australia, ha señalado que este tema tiene muchas aristas. Las tres causas fundamentales que se han identificado son: la crianza de la famita, el rechazo social y la intimidación. En el estudio del alumnado violento se encuentran rasgos comunes: - Son alumnos/as que han sufrido unas consecuencias agresivas en el hogar sin necesidad de ser extremas (golpes, bofetadas, abuso verbal). Por ello pudieron aprender a ser violentos por medio de la observación o bien aprendieron un modo de resolver conflictos inadecuado socialmente. - Combinación de factores de estrés socioeconómico en la familia (pobreza, carencia de medios, privación, desempleo). - Fueron alumnos con tendencia a ser rechazados o ignorados en una etapa anterior de su vida. - Son más propensos a usar armas, beber alcohol u otras drogas con lo que su conducta agresiva se puede disparar. - Exposición continua a la violencia en los medios de difusión (televisión, radio, videojuegos,…). - Daño cerebral.

Esto nos hace pensar y reflexionar entorno a muchas cosas que abarcan tanto al plano escolar como al familiar. Podemos centrarnos en primer lugar en la importancia de la familia en la prevención de problemas de convivencia. Una vez más concluimos la necesidad de una relación estrecha familia-centro. Las familias deben concienciarse de que la educación de los hijos parte de su propio engranaje y no dejar exclusivamente en manos del profesorado la educación de los mismos. Además es importante que reflexionemos en la necesidad de formación a las familias que puede proporcionarse a través de las actuales escuelas de padres y madres. Claro está que no todo el alumnado agresivo proviene de una familia marginal, con pocos medios o con dificultades familiares alarmantes. Hay familias socialmente acomodadas que son percibidas desde fuera como equilibradas y que también tienen hijos/as que se comportan en el instituto de forma agresiva. Al poner en conocimiento de las familias la actitud de sus hijos/as, tanto si éstos son víctimas como si son agresores, la primera reacción es la negación y la segunda la frustración y la culpabilidad.

Si la familia es la que detecta algo raro en su hijo lo primero que debe hacer es acudir al instituto para informar y corroborar datos y a continuación pedir ayuda a un profesional de salud mental. No estamos hablando de adolescentes locos ni con problemas de personalidad, aunque en algunos casos así sea, sino de niños que están atravesando una etapa difícil y pasajera. A veces la intervención profesional se centra en cosas que nos pueden parecer simples pero que son cruciales: aprender a controlar la ira, a expresar su frustración de manera apropiada, a asumir las responsabilidades propias de sus acciones y a aceptar las consecuencias. Nos encontramos muchos chicos que se refugian en la frase “no me puedo controlar aunque quiero, porque soy así” y lo expresan como si fuera algo innato e inalterable incluso en ocasiones te dicen “soy como era mi padre con mi edad y él ya de mayor no es así”. Con ello demuestran que están convencidos de que pueden continuar con esa actitud hasta que desaparezca de forma natural. Eso sin adentrarnos en lo peor, que es cuando los padres son los que hacen esas mismas afirmaciones.

Por otro lado si los estudios afirman que el alumnado agresivo suele haber sufrido rechazo o ignorancia en la Escuela Básica sería mejor que la prevención se centrase en las etapas de infantil y primaria. En los momentos iniciales del desarrollo se va formando la personalidad de los menores y es entonces donde podemos sentar unos valores que se vayan afianzando a lo largo de su vida. No podemos una vez más dejar pasar signos de alerta de un menor aunque nos parezca que es parte de su personalidad tímida o de su proceso evolutivo. Los profesores y padres somos mediadores en el proceso de aprendizaje académico y social. Claro está que no debemos dar todo hecho a los niños/as ni evitar que fracasen para que no sufran, pero sí estar alerta para que su proceso evolutivo no esté cargado de sufrimientos que dejen huella. Los niños tienen sentimientos y de hecho sufren, a veces en soledad, porque su sistema cognitivo aun no tiene mecanismos de defensa. Y en tercer lugar, si sabemos que existe un nexo de unión entre la agresividad y el consumo de sustancias adictivas podemos presuponer que un alumno con estas características puede iniciarse en las drogas cuanto antes. Desde el sistema educativo no podemos más que prevenir con programas de intervención temprana que están a nuestro alcance. Además los responsables de la tutoría principalmente o los orientadores pueden ejercer un acercamiento con estos chavales que permita a través del diálogo una confrontación de ideas. Igualmente nuestra función como educadores abarca la información familiar y la derivación en su caso. Las familias son el cauce de intervención directa en temas de sustancias adictivas ya que además de buscar ayuda profesional o intentar establecer un acercamiento que puede estar derogado, está en sus manos controlar a sus hijos/as fuera de las puertas del colegio. En momentos lúdicos los educadores no tenemos competencias y por ello volvemos a insistir en la importancia de la educación familiar. En último lugar reflexionar sobre los medios de comunicación. Parece que hoy en día un modo de ocupar el tiempo libre de los niños, incluso de edades tempranas, es conectar el videojuego que ellos deseen. Suelen requerir un largo tiempo de juego y en ellos los chicos/as se involucran sin conciencia de realidad o fantasía. Por un lado la falta de tiempo familiar es algo que a veces no podemos evitar pero ¿Nos hemos planteado las consecuencias que pueden tener en la formación de nuestros propios hijos/as? Es más ¿Nos hemos sentado a ver de qué trata el videojuego?

Sería un error tratar al alumnado agresor de forma despectiva, con rechazo o únicamente con castigos. Posiblemente se sienta mal por tener el rol que tiene pero por algún motivo es el único modo en que puede o sabe relacionarse con sus compañeros. Si las víctimas necesitan ayuda de la misma manera lo están demandando a gritos los agresores juveniles. Por eso además de los castigos necesarios, tanto en el colegio como en casa, nuestro trabajo no termina ahí. La mayoría de las investigaciones concluyen que la clave para disminuir la violencia en las escuelas es trabajar con toda la comunidad escolar. Eso significa convencer al profesorado, equipo directivo, funcionarios públicos, estudiantes y familias de que no es correcto que los alumnos ejerzan conductas con alguna agresividad ni física ni emocional. Y no solo por fomentar la convivencia, que ya sería suficiente motivo, sino también por lograr mejores aprendizajes y mayor motivación académica (Bryk y Schneider, 2002).

 

Mª PILAR FUENTE

PSICÓLOGA COLEGIADA. TERAPEUTA FAMILIAR. CLÍNICO EMDR

ESPECIALISTA EN TRAUMA.  TERAPIA PRESENCIAL Y ONLINE. 

REGISTRO SANITARIO C-15-003566  y C-15-003650

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