En los últimos años, son diversas las democracias que están experimentado tensiones crecientes: discursos extremistas cada vez más frecuentes, amenazas abiertas al Estado de derecho y acciones presidenciales que se desvían de las normas institucionales y constitucionales. Ante esta situación es imposible no preguntarse qué lleva a que amplios sectores de la ciudadanía acepten una escalada autoritaria, -incluso cuando supone riesgos directos para los derechos civiles-, sin reaccionar de manera contundente.
La psicología social y política, así como de la comunicación, ofrecen herramientas teóricas y empíricas que nos permiten comprender cómo la violencia estatal y el autoritarismo se van normalizando progresivamente, llegando hasta el punto de debilitar pilares fundamentales de la convivencia democrática. Comprender cómo se dan estos procesos es imperativo para desarrollar una capacidad que nos permita discernir la validez y veracidad de los discursos, informaciones y noticias en tiempos tan convulsos políticamente como los que estamos atravesando.
Estos escenarios son comunes lamentablemente también en entornos próximos y cotidianos, como en el trabajo, familias, Comunidades Vecinales, Colegios…. En fin, podemos trasladar el formato operativo dañino y denigrante, a múltiples contextos, pero todos con maniobras similares. Ya no sólo es cuestión de grandes dirigentes, sino de las relaciones humanas en general.
Cómo aceptamos que se atente contra nuestros derechos: modelos psicológicos.
Para comprender por qué amplios sectores de la población llegan a aceptar discursos y prácticas autoritarias, no basta con analizar el contexto político o económico. Es necesario mirar también los mecanismos psicológicos que predisponen a las personas a valorar el orden por encima de la libertad, a justificar sistemas injustos o a tolerar la violencia como medio legítimo. La psicología social ha desarrollado diversos modelos teóricos que explican estas dinámicas y ofrecen claves para entender cómo se normaliza el autoritarismo en la vida cotidiana.
Mecanismos comunes de normalización del autoritarismo.
Más allá de las teorías en sí, en la práctica estos procesos se traducen en mecanismos cotidianos de aceptación y en formas de comunicación orientadas a polarizar y controlar a las personas. Entre estos se incluyen:
Amenaza percibida y miedo: es común el uso de las narrativas sobre enemigos internos o externos –como se ha visto utilizar en las últimas semanas a líderes de diferentes países-, que legitiman la adopción de medidas extraordinarias y facilita que los poderes puedan aplicarlas.
Figura del líder fuerte: el culto al liderazgo carismático desplaza los contrapesos institucionales (es decir, a los mecanismos que limitan el poder en una democracia: tribunales, parlamento, prensa libre, organismos de control)-
Desinformación y control narrativo: se hace una manipulación informativa para exagerar las amenazas o demonizar a la oposición.
Gradualismo: se promueven cambios normativos lentos y acumulativos que erosionan las libertades bajo apariencia de excepcionalidad y que hacen que los niveles de alarma no se disparen.
Desensibilización emocional: la repetición de actos violentos reduce la reacción de indignación.
Justificación ideológica y polarización: los abusos se reconfiguran como “defensas legítimas del orden”.
Reforzamiento social: la conformidad grupal y el temor al aislamiento inhiben la disidencia.
Legalización de lo excepcional: se transforman los estados de excepción o decretos presidenciales en precedentes permanentes.
¿Qué consecuencias tienen estos mecanismos a medio y largo plazo?
La normalización del autoritarismo supone efectos estructurales importantes:
Se debilitan los derechos civiles y mayor censura,
Se erosiona la confianza en las instituciones democráticas,
Aumenta la violencia política y la represión de minorías,
Se produce una polarización social sostenida,
Crece la vulnerabilidad hacia formas de autoritarismo más radical.
Estrategias habituales de desinformación.
Los mecanismos psicológicos descritos hasta ahora—como el miedo, la desensibilización o la búsqueda de seguridad— no operan en el vacío. Encuentran en la comunicación mediática el canal perfecto para multiplicarse: las estrategias de desinformación y los formatos comunicativos breves y emocionales activan esos resortes psicológicos, refuerzan la adhesión al discurso autoritario y aceleran su normalización e incluyen, entre otros, los siguientes:
El autoritarismo rara vez se instala de golpe.
El autoritarismo rara vez llega de forma abrupta: se infiltra poco a poco, aprovechando las vulnerabilidades psicológicas y amplificándose mediante estrategias comunicacionales. La psicología social muestra cómo el miedo, la necesidad de seguridad y la tendencia a justificar el sistema pueden predisponer a aceptar líderes fuertes y medidas restrictivas. La comunicación, por su parte, aporta el canal que multiplica estos efectos: mensajes cortos, bulos repetidos, teorías de la conspiración y fake news activan esos resortes psicológicos, normalizando lo que en otro contexto parecería intolerable.
Cuando se combinan ambos engranajes —la psicología que predispone y la comunicación que refuerza—, el proceso de normalización autoritaria se acelera. Lo que comienza como excepción se convierte en costumbre y lo que antes habría resultado escandaloso pasa a ser aceptable. De este modo, los derechos se erosionan de manera casi imperceptible, mientras la población se acostumbra a convivir con discursos y prácticas autoritarias.
Conclusión: necesitamos reconocer cómo se filtra el autoritarismo.
Reconocer esta interacción es clave: no basta con señalar la manipulación comunicacional si no se entiende cómo conecta con los miedos y sesgos profundos; tampoco alcanza con describir la psicología del autoritarismo si se ignora el papel de la desinformación y de los formatos mediáticos en su propagación. Solo una mirada conjunta permite anticipar y resistir.
Por ello, el fortalecimiento democrático pasa tanto por reforzar instituciones independientes, como por dotar a la ciudadanía de herramientas de alfabetización mediática y de autoconciencia psicológica. Detectar las narrativas de miedo, cuestionar los bulos antes de compartirlos y recordar que la democracia vive en los detalles cotidianos son pasos esenciales para impedir que lo extraordinario se vuelva normal.
En definitiva, en cualquier ámbito de la vida, debemos ser conscientes de nuestros derechos y obligaciones. Para vivir en libertad es necesario el respeto, de otra forma sería libertinaje. Debemos hacernos escuchar dejando el miedo de lado, haciendo grupo con la verdad, no instalándonos en el miedo y la mentira. Porque la vida, siempre, trae consecuencias. El bienestar siempre viene de la mano de la coherencia, la honestidad. Y al menos, en nuestra pequeña parcela, podemos cultivarla, uno a uno, se va haciendo grupo. Todos juntos hacemos escuela, familia, vecindad, trabajo, país.
Infocop.- Conejo General de Psicología.
MARIA PILAR FUENTE PSICÓLOGA SANITARIA
PSICOTERAPIA. TERAPIA FAMILIAR Y SISTÉMICA
TRAUMATERAPIA